Por Tim Di Muzio (1)
Esta es una historia similar a la que experimentó el ingeniero británico Mayor C.H. Douglas justo antes del inicio de la Primera Guerra Mundial. Douglas trabajaba en el metro de Londres cuando sus superiores le anunciaron que no había más dinero público para continuar con la construcción. El presupuesto se había agotado y la construcción debía detenerse. Esto le pareció extraño a Douglas, dado que los materiales, el conocimiento y la fuerza laboral esta- ban presentes. Lo único que faltaba era el dinero. Pero, ¿por qué? Después, el 28 de julio de 1914, la Gran Guerra comenzó y súbitamente hubo dinero disponible para todos los esfuerzos de guerra necesarios. Esto provocó que el ingeniero se lanzara a indagar sobre la naturaleza del dinero y la contabilidad capitalista. La Primera Guerra Mundial fue un “momento de enseñanza” para Douglas, tal como el COVID-19 lo es para nosotros. Nos enseñará muchas cosas sobre nuestros amigos, familiares, colegas, vecinos y comunidades. Impartirá lecciones sobre la manera en que pensamos el trabajo, la salud, la educación, los sistemas de cuidado para niños y los propios estándares bajo los que exigimos cuentas al gobierno. Pero también nos enseñará algo sobre el dinero, quién lo controla y qué podemos hacer con él para promover comunidades sanas y prósperas en una época en que la fe en nuestros líderes políticos y el sistema financiero está siendo sometida a una prueba apremiante y crítica.
A medida que el COVID-19 se esparce alrededor del mundo, amenazando las operaciones “normales” del capitalismo global, los gobiernos de centro, izquierda y derecha han lanzado amplios paquetes de estímulos con el fin de estabilizar la hemorragia fiscal provocada por el cierre de negocios y el incremento del desempleo. Esta crisis se intensifica por las montañas de deuda de empresas y consumidores acumuladas durante años para mantener los hogares a flote y los negocios en funcionamiento. Como argumento junto con Richard H. Robbins en nuestro libro Debt as Power [ahora traducido: Capitalismo de Deuda], el mundo, en efecto, está inundado por la deuda.
Sorprendentemente para algunos, contra todas las creencias en la “disciplina fiscal” y los llamados “presupuestos equilibrados“, los gobernantes de todo el mundo han anunciado veloz y colectivamente gastos en el orden de los billones. Cuando se trata de preservar y fijar el lugar de las relaciones económicas que estructuran la sociedad (trabajador-empleado, inquilino-rentista, deudor-acreedor) parece que el dinero no es un problema en absoluto. En el presente, nadie conoce el monto total de tales gastos, aunque ciertamente exceden a los rescates que atestiguamos durante la Crisis Financiera Global de 2007-8. De hecho, el Financial Times ha llamado a esta extravagancia “la mayor oleada de préstamos en la historia”, y la fiesta apenas comienza. A medida que la pandemia se profundiza y el deterioro económico se agudiza, es muy probable que sigamos viendo este tipo de medidas políticas en las semanas y meses venideros. Como el economista liberal y animador del capitalismo Milton Friedman declarara una vez a regañadientes, en medio de la crisis económica de la década de 1970: “ahora todos somos keynesianos”. Recordemos que, para Keynes, el gobierno debe gastar en momentos de declive económico–particularmente en una depresión– e incrementar impuestos y generar superávits para pagar la deuda cuando la economía se está sobrecalentando. Esta parecía ser la única solución para Keynes y sus acólitos pos- teriores. Este pensamiento está basado en la simple idea de que durante una depresión los negocios no contratan más trabajadores, ni incrementan ni expanden su producción debido a que en el mercado hay una menor demanda de bienes y servicios. La única entidad que puede gastar durante una depresión para reestablecer la marcha de la economía y aliviar la miseria de los trabajadores es el propio Estado. Como hemos ido descubriendo una crisis capitalista tras otra, el gobierno es realmente el “último recurso”.
Aunque es muy pronto para anticipar una depresión económica, sabemos que el mundo no ha visto estos niveles de rescates guber- namentales desde la Gran Crisis Financiera de 2007-8. En aquella ocasión, la mayor tajada del gasto gubernamental se dirigió a las empresas y mercados financieros, no a las clases trabajadoras, que siguieron batallando, a veces sosteniendo dos o más trabajos y aumentando su deuda para sostener un nivel de vida básico. De ahí surgió la reprimida revuelta del 99 por ciento, en el trasfondo de la Gran Crisis Financiera, que se esfumó globalmente casi tan rápidamente como surgió. Durante aquellos días Naomi Klein (véase su libro La Doctrina del Shock) solía citar otra observación de Friedman, según la cual “sólo una crisis –real o percibida– produce un cambio real. Cuando esa crisis acontece, las acciones que se toman dependen de ideas que flotan en el aire. Esta es, creo, nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, mantenerlas vivas y disponibles hasta que lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable”. Después de la crisis de los años setenta en el corazón mismo del capitalismo, y de la crisis de deuda de los ochenta, los gobiernos se desembarazaron del keynesianismo para adoptar políticas más neoliberales o favorables al mercado, ya que el mercado mundial de bonos y las agencias de calificación crediticia temían que se produjeran déficits gubernamentales excesivos y aumentos en la relación entre la deuda nacional y el PIB. Esto se conoció como crisis fiscal del Estado.
Décadas más tarde, la crisis financiera mundial hizo un agujero en el tejido neoliberal y en el laissez-faire corporativo, pero no desacreditó suficientemente el conjunto de políticas neoliberales, como muchos predijeron. Sin duda, los gobiernos siguieron gas- tando más de lo que percibían como ingresos, pero todo ello bajo la mirada vigilante y potencialmente punitiva de las agencias de calificación crediticia y el mercado de bonos. Y utilizando la excusa de la deuda nacional como un arma, las poblaciones cayeron víctimas de diversas políticas de austeridad neoliberal. Actualmente, los inmensos retos que el COVID-19 plantea nos ofrecen otro momento aleccionador sobre las “ideas que flotan en el aire” y creo que en este breve comentario vale la pena discutirlas aunque sea de manera somera.
Debemos partir del reconocimiento de que, en cierta medida, los gobiernos tienen una camisa de fuerza cuando se trata de producir nuevo dinero debido a que no ejercen su soberanía en materia de creación monetaria. En primer lugar, si bien los gobiernos tienen cierto control sobre -y se benefician de- la creación de billetes y monedas, no están a cargo de la emisión de la oferta monetaria. Este papel, en su mayor parte, es desempeñado por los bancos comerciales al conceder préstamos a quienes están dispuestos a endeudarse. En las economías avanzadas, esta es la principal fuente de nuevo dinero, el cual es creado como una deuda que se le debe a los bancos comerciales. Este poder de emitir préstamos es capitalizado, pues los bancos se benefician de los intereses y las cuotas que cobran sobre el dinero que prestan. En última instancia, esto beneficia a los dueños de los bancos comerciales, quienes obtienen ganancias elevando el precio de las acciones y los dividendos. Como demostró un estudio reciente del Motivaction International and the Sustainable Finance Lab, la mayoría de las personas no está al tanto de este hecho. En este punto vale recordar que en las economías capitalistas avanzadas, más del 90 por ciento del dinero es digital –dinero que existe como registro numérico en las pantallas de las computadoras– y que la deuda y el crédito se administran bajo los principios de la contabilidad de doble entrada. A diferencia de lo que Keynes y otros han sugerido, los depósitos no son necesarios antes de que se emita un préstamo. Los préstamos crean los depósitos, no lo inverso. A mayor cantidad de préstamos solicitados por los individuos, los negocios y los gobiernos, se crea más dinero en la economía, el cual, si no es vertido a los mercados financieros, generalmente aumenta el PIB nominal. Por ejemplo, si el gobierno de cualquier país le diera a cada persona un crédito de $1,000 depositados a sus cuentas bancarias, y todas ellas lo gastaran comprando acciones de compañías, esto inflaría el valor de los activos financieros sin contribuir un ápice al PIB. Dicho simplemente, tales acciones no incrementan la producción y el consumo porque nadie está gastando el dinero en ello. La Teoría Monetaria Moderna explica este punto, pero como sus proponentes se esfuerzan en señalar, se trata primordialmente de una teoría descriptiva del dinero, y tiene menos que decir en lo concerniente a los procesos de poder (algunos dirían: la lucha de clases) que ha conducido al sistema monetario-fiscal vigente, o a las alternativas a dicho sistema (véase Sovereign Money, de Joseph Huber). En tanto creación histórica y humana –no algo dirigido desde lo alto por la mano de un Dios que llevara en el corazón el interés público– esto es algo que tenemos el poder de cambiar. Discutiremos esto más adelante, pero por ahora…
Lección 1
Si nadie se endeuda, nuestras economías capitalistas se contraerían severamente, pues la vasta mayoría de nuestro dinero es creada como deuda. Es por esto que las élites financieras se vieron sacudidas durante la crisis de 2008: tenían temor de que el crédito se detuviera, y el crédito es como la sangre del capitalismo global. Pero el hecho de que nuestros gobiernos democráticos no estén en control de la producción de la vasta mayoría del nuevo dinero, trae consecuencias perversas para la mayoría de la sociedad, una contradicción inherente que se manifiesta durante crisis como la del COVID-19. Súbitamente, como si se tratara de una economía de guerra, hay dinero suficiente para prácticamente cualquier cosa, cuando meses antes de la pandemia nuestros líderes se arrodillaban ante los dioses de la disciplina fiscal y los presupuestos equilibrados –o al menos de palabra suscribían estos principios–. El principal problema con el vigente sistema fiscal-monetario es que esos estímulos resultan en el incremento masivo del déficit gubernamental y la deuda nacional, lo que más tarde puede utilizarse, una vez que la crisis inmediata termine, como un arma para neoliberalizar la economía aún más. Esto significará un regreso al mantra de la disciplina fiscal y los presupuestos equilibrados, una mayor privatización de los activos públicos y mayores cortes a los servicios públicos, entre otras políticas potencialmente dañinas. En el libro Debt as Power, Richard H. Robbins y yo llamamos a este proceso “nexo deuda–neoliberalismo”.
Esto tiene efectos adversos en la sociedad porque el vigente sistema fiscal-monetario dicta lo siguiente: si los gobiernos quieren gastar más dinero del que ingresan a través de los impuestos, multas, cuotas y la privatización de los activos públicos, están obligados a endeudarse con una fuente externa. Y típicamente, esa fuente es el 1 por ciento de la población (véase el trabajo de Sandy Hager, reportado en el Financial Times).
¿Pero cuáles son esas fuentes externas?
Existen tres fuentes principales, pero sólo dos de ellas resultan en la creación de nuevo dinero que entra en la economía como deuda gubernamental. En primer lugar, el gobierno puede pedir dinero a los bancos comerciales a cambio de títulos de deuda (por ejemplo, Estados Unidos financia su déficit a través de notas del tesoro, billetes y bonos), pero esto está limitado a la cantidad de deuda gubernamental que los bancos desean tener. Dado que en tiempos normales estas inversiones suelen tener rendimientos más bajos que las inversiones alternativas, los directivos de los bancos limitan el monto de deuda gubernamental en sus portafolios. Así que, mientras los préstamos de los gobiernos y los bancos comerciales crean dinero nuevo (un activo para el banco, una deuda para el gobierno), existen límites a la cantidad de dinero que puede ser creado de esta manera, pues depende de la cantidad de deuda estatal que los bancos comerciales deciden tener en sus hojas de balance, y de qué tan solvente se considere a ese Estado.
Otra forma en que los gobiernos pueden pedir dinero, consiste en vender sus títulos de deuda en los mercados de capital a los inversionistas institucionales tales como los fondos de pensión, fondos de cobertura, fondos mutuos o fondos soberanos. También pueden vendérselos a individuos y compañías (si bien estos dos últimos juegan un papel menos importante). Pero aunque los inversionistas institucionales pueden comprar títulos de deuda gubernamental, lo cual engrosa las arcas del gobierno, esta práctica no crea ningún dinero nuevo, simplemente lo redistribuye –de personas que tienen ahorros hacia el gobierno–. Posteriormente, el gobierno puede poner este dinero a circular en la economía de diferentes formas. Las limitaciones que tiene el endeudamiento con los bancos comerciales y los inversionistas institucionales es la razón por la que existe una tercera forma de traer dinero nuevo a la existencia, que es la principal elección política durante las crisis económicas y financieras más severas: el banco central puede comprar deuda del gobierno.
Mientras que las dos primeras opciones están limitadas teóri- camente, el respaldo del banco central para comprar deuda guber– namental no lo está. Si bien la mayoría de los bancos centrales debe mantenerse independiente del gobierno, y tiene la misión de establecer las tasas de interés y monitorear la inflación, durante los periodos de crisis como el que atravesamos, los bancos centrales pueden comprar tanta deuda gubernamental como se requiera para reforzar la economía. Básicamente, se trata de una operación digital en una hoja de balance. Tenemos la vieja idea de que los bancos centrales simplemente “imprimen dinero” (y esto puede conducir a una confusión entre la gente), pero la gran mayoría de la creación de nuevo dinero es digital –no se necesita de ninguna imprenta y debemos dejar de hablar de “encender la imprenta de dinero”, pues ello constituye un vestigio del pasado–. Todo lo que el banco cen- tral tiene que hacer es aceptar los títulos de deuda del gobierno, a cambio de depositar dinero en la cuenta del gobierno, que generalmente se encuentra registrada en el banco central. El banco central, evidentemente, querrá continuar monitoreando la inflación a medida que los gobiernos gasten el dinero recién creado, mientras que la estrategia de distribución del nuevo dinero estará determinada por la política pública del Estado.
Pero las dos formas de creación de nuevo dinero –el préstamo a los gobiernos por parte de bancos comerciales o bancos centrales, y la puesta en circulación de dinero redistribuyendo el ahorro de los inversionistas institucionales– llevan al aumento de la deuda, lo que virtualmente garantiza una austeridad gubernamental proporcional más tarde: mayores impuestos, cortes en el gasto público y privatización de los activos públicos, sin mencionar la poca imaginación que existe sobre la manera en que los gobiernos pueden ser una fuerza democrática efectiva para el bien en la vida de las personas. De lo anterior se deriva la…
Lección 2
Como antes señalamos, la manera actual de organizar las finanzas del gobierno no es natural ni inevitable. En el curso de la formación del Estado-nación, ningún buen samaritano con el corazón puesto en el interés público diseñó e impuso el sistema fiscal monetario. Este sistema es producto de luchas de poder históricas y, en tanto producto histórico, puede ser transformado. Esta es la segunda lección: el vigente sistema fiscal no fue dictado del cielo por Dios; existen alternativas reales y prácticas al crecimiento de los déficits fiscales, los cuales sólo contribuirán a profundizar políticas noci– vas para la salud de nuestra economía y nuestra sociedad.
Entonces, ¿cuál es la alternativa?
Si queremos evitar regresar a la austeridad neoliberal después de la crisis, debemos movilizarnos alrededor de una idea coherente. Con todo lo benéfico que fue, el movimiento Occupy Wall Street fracasó en introducir cualquier cambio sustantivo porque era, en esencia, una cacofonía de voces confusas sin una agenda política clara. El movimiento se preguntó: ¿cuál es nuestra demanda? El consenso para el cambio efectivo nunca se produjo. Y el poder ama la oposición fragmentada.
Yo argumentaría que, en la presente crisis, quienes queremos ver un mundo mejor para nuestras familias y las generaciones futuras debemos consultar la idea más progresista “flotando en el aire”: el dinero soberano –una idea, debemos aclarar, que nunca fue vislumbrada ni por los keynesianos ni por los partidarios del libre mercado–. Aunque los detalles técnicos de cómo realizar este proyecto, así como los arreglos y contrapesos institucionales para establecer tal sistema, deben debatirse, en líneas generales el dinero soberano es la idea según la cual los gobiernos democráticos deben estar en control de la nueva creación monetaria, y el nuevo dinero debe ser emitido como un crédito público o dividendo basado en la productividad de la economía. Fuera de la emergencia ambiental y la pandemia del COVID-19, los mayores retos de la actualidad son la escasez de dinero público, la creación de dinero privado como deuda, y la necesidad de construir un sistema económico que funcione en beneficio de todos, no únicamente del 1 por ciento y su obsesión con sus tasas de retorno diferenciales.
Hay problemas adicionales con la contabilidad capitalista que también deben ser resueltos y de los que he escrito con Leonie Noble en The Coming Revolution y con Richard H. Robbins en Debt as Power y Anthropology of Money.
También vale la pena mencionar que hay mucha gente debatiendo la posibilidad del Green New Deal. Ahora que sabemos que de alguna manera u otra el gobierno siempre podrá encontrar dinero durante una crisis (y ya que, sin lugar a dudas, también estamos inmersos en una emergencia climática) los defensores del Green New Deal deben entender que, dentro del vigente andamiaje fiscal, el gasto que ese proyecto representa nos llevará a más deuda y, por lo tanto, a más austeridad en el futuro. Es por ello que todos aquellos que quieren luchar contra la emergencia climática deben también volverse defensores del dinero soberano.
Tras el surgimiento de la pandemia y las respuestas consecuen- tes de los gobiernos, algunos comentaristas han sugerido (con grados diferentes de ironía) que “ahora todos somos partidarios de la Teoría Monetaria Moderna”. Ciertamente, la evidencia empírica continúa acumulándose a favor de esta teoría. Sin embargo, así como la declaración de Friedman sobre la victoria del keynesia- nismo antecedió a su sustitución por el neoliberalismo, el actual paradigma dominante y quienes más se benefician de él no cederán el poder simplemente porque sus críticos están en lo “correcto”. No es suficiente ser momentáneamente reivindicado por las acciones de los gobiernos en el presente, si el desenlace resulta en otra espiral dentro del nexo deuda-neoliberalismo.
Si continuamos por el camino en el que hoy nos encontramos, es probable que veamos una intensificación de la austeridad neoliberal postcrisis, con más sufrimiento y privaciones sociales innecesarias, particularmente grave con los más vulnerables de nuestras comunidades. En lo personal, no deseo vivir en un mundo así cuan- do hay alternativas al vigente sistema fiscal-monetario. El momen– to para implementar el dinero soberano es ahora, y lucharé junto a aquellos que estén dispuestos a “oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darles fin”.2
Di Muzio, Tim. 2020. “Capitalismo Covid-19, deuda neoliberal y la necesidad del dinero soberano”. En: Cherizola, Jesús Suaste & Schüller, Govert & Young, Mark (editores). 2020. Democratizar el Dinero. Una introducción a la Reforma del Dinero Soberano. Bloomington-Normal, IL, USA: D.R. Alliance For Just Money. Páginas 117-125.
Para más información sobre la Antología en Español, visite esta página.
Tim Di Muzio es Profesor Asociado de Relaciones Internacionales y Economía Política en la Universidad de Wollongong y profesor asociado del Center for Advanced International Relations Theory, de la Universidad de Sussex. Sus investigaciones se centran en la desigualdad económica, la política energética y, más recientemente, en la deuda global y el dinero. Es autor de The 1% and the Rest of Us; Carbon Capitalism: Energy, Social Reproduction and World Order; The Tragedy of Human Development y, junto con Richard H. Robbins, ha escrito Debt as Power [ahora traducido: Capitalismo de Deuda],y An Anthropology of Money, entre otros trabajos. Contacto: tdimuzio@uow.edu.au.
Notas al final
1. El autor agradece a Lewis Powell por sus comentarios críticos al borrador de este texto y a Tim Onslow por su edición y sugerencias.
2. Hamlet, III,1